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Juan José Gordillo y Joaquín Sabina.
En tiempos de Joaquín Sabina
opinión

En tiempos de Joaquín Sabina

Por esta ciudad a la que quiere, Sabina ha paseado en días de diario, tal vez menos en fiestas de guardar, gritando en su plaza, en la de al lado, «¡esta es la ciudad más bonita del mundo, eh, primo!»

Juan José Gordillo

Viernes, 29 de julio 2016, 11:49

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Cuando en los años setenta, en la ciudad de Londres, la de su autoexilio, Sabina encontraba un sitio para cantar lo hacía con un repertorio de canciones sudamericanas, que eran entonces las que mejor narraban las críticas sociales y políticas a una realidad política injusta, a un orden económico cruel con la gran mayoría. Sabina, era entonces Sabina, distinto, alejado y cercano al que hoy ya es Joaquín Sabina. Acudía a las canciones de otros en aquel Londres solidario para decir lo que aún él ignoraba que podría decir años más tarde. Su canción bandera, la que le servía para presentarse antes de pasar el plato por lo que ustedes quieran, la voluntad, era 'La mala reputación', de su adorado Brassens. En efecto, los primeros versos «en mi pueblo sin pretensión / tengo mala reputación / haga lo que haga es igual / todos lo consideran mal» no eran una mala tarjeta de presentación.

En Úbeda, entonces, era un tipo con mala prensa, para algunos, pero un enorme desconocido para la mayoría, y un ejemplo a seguir para unos pocos. Mala fama, mala prensa, ocasionada por una ruptura cruel con su familia, y lo que era peor en aquella Úbeda, del Club 61 y el Club Diana, argüida con elementos políticos de oposición al régimen que en ese estado de entonces defendía con dedicación exclusiva un cuerpo, no precisamente el de la rubia platino, sino el de policía. Y su padre, el bueno de Jeromito, era policía. ¿De qué mala reputación hablamos entonces?

Han pasado casi cincuenta años de aquello. En ese tiempo este país ha cambiado mucho. Sabina, nuestro personaje, también, y si queremos saber cómo hemos cambiado en estos años, si pretendiéramos describir, como en un largo inventario de esos que se hacen para cerrar las cuentas de un año, lo que nos ha ocurrido, esa tarea resultaría ya inútil por innecesaria, Joaquín Sabina ya lo ha hecho. Dice Benjamín Prado: «piensa en algo que te gustaría hacer y Sabina habrá escrito una canción sobre eso». Es verdad. Tal vez sea uno de los autores, por supuesto el que más entre los músicos, más parafraseado para explicar con sus palabras eso que a nosotros nos acontece. Diríamos, por jugar con las palabras ese juego que tanto le gusta, que Joaquín es uno de nuestros escritores más recurridos por sus recurrencias.

En todo este tiempo transcurrido desde su escandaloso viaje a Londres hasta estos días de calor insoportable, Joaquín ha dedicado su tiempo a trabajar mucho, en horarios incompatibles seguramente para el resto de los mortales, a crear un mundo propio que, como se ha dicho, es el nuestro, a levantar ciudades de la nada con la displicencia del hágase, a meter la pata que es lo mejor que se puede meter en tantas ocasiones, a bailar con quien quiso sin importarle, y eso lo puedo asegurar, si era o no la más fea del baile. Ha escrito también, casi lo olvido, algunas de las canciones, seis, siete, dice él, más hermosas de nuestra historia. Ha escrito sonetos, como su padre, al amanecer, y a mano, sin la hispano olivetti. Ha dicho lo que ha dicho y salga el sol por Antequera. Ha paseado por esta ciudad a la que quiere en días de diario, tal vez menos en fiestas de guardar, gritando en su plaza, en la de al lado, «¡esta es la ciudad más bonita del mundo, eh, primo!» Y acompañantes, añado.

Los poetas, personas de este mundo que cuidan especialmente de las palabras y los sueños, lo quieren, muchos lo admiran, todos lo respetan. Tal vez pueda ser el primer cantante que ingrese en la Academia de la Lengua, tal vez. Y le gustan los ochíos, los andrajos, y mucho mucho, con perdón, los culos de los señoras.

Pero todo este tiempo ha pasado en balde. «Ha sido un defecto de forma». «Debe quedarse encima de la mesa y cambiarse el reglamento, señora alcaldesa».

El drama de una ciudad que no reconoce ese tiempo como nuestro, el tiempo hecho canción de Sabina, tiene nombres propios en nuestra ciudad que no me atrevo ni a escribir, porque dadas las pasiones que nos atraviesan y dado el caso, sonarían a delación. Jóvenes concejales del PP con telarañas en su corazón, con escasa vista comercial en una ciudad de comercio, con la tristeza por bandera, y gran bandera como les gusta. No vieron motivos para adherirse a la propuesta que Toni siempre quiso que fuera corporativa y no partidaria de concederle los mejores honores a nuestro paisano.

'La mala reputación' cantada a día de hoy debiera ser homenaje a tiempos pretéritos, retratos de un pasado ya superado. Para algunos de mis paisanos que son concejales, por azares de la vida, digo yo, es todavía tiempo presente. Ojalá rectifiquen. Van a tener ocasiones en el futuro. Conozco de primera mano el empeño de Toni Olivares en levantar en Úbeda un lugar, un espacio para la cultura en sentido amplio, a partir de la obra enorme de Joaquín Sabina. Sé que la fundación Huerta de san Antonio trabaja también en el mismo sentido. Es posible que en poco tiempo nuestra autoridad municipal pueda presentar ese proyecto. En esa ocasión, espero, los «defectos de forma», los «dejar encima de la mesa para su estudio» y otras excusas mal traídas, no debieran tener lugar. «No pretendo yo hacer ningún daño / queriendo vivir fuera del rebaño», es una hermosa canción por su capacidad evocadora de un pasado imperfecto. Ahora, como alguien dijo en plena discusión plenaria (perdón otra vez), es tiempo de mostrar con orgullo nuestro paisanaje, el mismo de este tipo que ya no es Sabina, es Joaquín Sabina.

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