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Pablo, en la puerta del Capricho, despidiéndose de clientes y amigos.
El Capricho, otro bar con solera que cierra definitivamente

El Capricho, otro bar con solera que cierra definitivamente

Un presente muy complicado y un futuro demasiado incierto han puesto fin a más de 40 años de servicio

Alberto Román

Úbeda

Viernes, 13 de noviembre 2020, 21:39

Otro bar de Úbeda, de los de toda la vida, que baja la persiana para no volver a subirla. Otro establecimiento hostelero que echa el cierre tras décadas de esfuerzo servidas en una barra, dosificadas en raciones y tapas. Otra despedida motivada en gran parte por una situación, la actual, que tiene al sector atado de pies y manos (aunque no amordazado). Porque el estado de alarma ha dejado a la hostelería en estado de espera.

Si hace unos días tomaban la decisión de no seguir 'tirando' cañas en Los Buñoleros, un poco más arriba, en la misma acera pero a la altura del número 2 de la carretera de Vilches, optaban por coger el mismo camino en el Capricho, otro local ubetense con solera y más de cuarenta años de historia.

Los motivos son muy similares y tienen que ver con el pasado (muchos años de servicio), el presente (insostenible) y el futuro (bastante negro). Su propietario, Pablo Zamora Expósito, con 62 años de edad y 43 en el noble oficio de la bandeja, sopesó los pros y los contras de seguir encendiendo la máquina de café y comprobó que pesaban más los segundos, con lo cual la balanza se inclinó hacia el lado de no continuar.

Sabiendo por experiencia que el suyo era un negocio de barra, una larga barra que cruza el profundo local y en la que los parroquianos preferían permanecer acodados, Pablo decidió cerrar temporalmente con las últimas restricciones. Pero lo de parar le dejó tiempo para pensar con cierta distancia, la que separa el bar y su casa. Cara a cara con el lastre arrastrado desde el mes de marzo y ante las malas perspectivas de futuro, acabó tomando la decisión más dura, para lo cual escuchó también los consejos de su familia.

Desmantelando recuerdos

De esta forma, tras el cierre del día 31 de octubre, las persianas del Capricho solo han vuelto a subir en estos días para desmantelar el bar, recogiendo y cargando género, mobiliario y demás enseres. Con cada viaje de carretilla han ido saliendo por la puerta todos y cada uno de los 40 años que Pablo ha estado detrás de la barra. Un servicio que clientes y amigos, que en este caso vienen a ser lo mismo, le han ido agradeciendo esta semana al pasar ante el establecimiento. Ahora toca parar, dedicar tiempo a los suyos, descansar, estirar las cuentas y esperar hasta que llegue la edad de jubilación.

'Café bar Capricho. Desde 1980' se puede leer en la pared del fondo del local, al final de una barra en la que ya no hay cañas ni tapas de pollo, carne con tomate, champiñones, caracoles o careta. Ahora hay papeles, cajas, servilleteros apilados y vacíos, paquetes de zumos y refrescos, cubos, un molinillo de café desenchufado, estropajos… todo ello a la espera de ser cargado en una furgoneta. Qué triste resulta la estampa del desmantelamiento de un bar, ver cómo se empaquetan enseres y recuerdos a partes iguales, entre un silencio reinante donde antes hubo ruido de vasos y de charlas mezclado con el sonido de fondo de la tele o la radio.

Desde muy joven

Pablo tenía 21 años cuando se hizo cargo del Capricho en una zona que entonces era las afueras de Úbeda, moteada de pequeñas casas y con muy pocos bloques de pisos. Solo había que andar unos metros para llegar a la que en ese momento se llamaba carretera de circunvalación (hoy avenida de Cristóbal Cantero) a su paso por el entorno de Cuatro Caminos, que servía de límite al casco urbano en la parte norte, aún sin polígono industrial, ni casas en la Atalaya, ni supermercados y grandes superficies, ni Parque Norte, ni altos edificios alrededor.

Fue precisamente en Cuatro Caminos donde Pablo se había estrenado como camarero, con 19 años, trabajando en un establecimiento del lugar. Hasta que el Capricho quedó libre después de varias etapas dirigido por otros propietarios y decidió quedarse con el traspaso, buscando dejar de trabajar para otros y tener su propio negocio. En 1980 comenzó esta andadura que le trajo hasta hoy y en la que, además de emplear dos tercios de su vida, vio crecer su bar a la par que crecía el barrio.

Junto a una clientela fiel y habitual, familiar cuando llegaba el tiempo de montar la terraza, el Capricho siempre tuvo un cierto carácter social, sirviendo como punto de reunión una pequeña sala anexa situada al fondo. Hace décadas, por ejemplo, fue una especie de sede para la conocida como 'Peña el cohete'. Y más recientemente vino acogiendo las ensayos de algunas agrupaciones carnavaleras. Todo ello gracias a la generosidad de Pablo, que de camino se aseguraba unas rondas.

En los periodos de mayor ajetreo, en plantilla llegó a tener hasta seis o siete personas. Y se establecían turnos, pues era uno de esos bares que abrían sus puertas antes del amanecer, para servir el primer café o la primera copa a los trabajadores que iban a sus tajos en la aceituna o en la construcción y que necesitaban templar los cuerpos para ponerse manos a la obra.

Todo esto queda ya para la historia, la personal de Pablo y la colectiva de una ciudad que siempre ha presumido de sus bares. Solo queda esperar que pueda seguir haciéndolo. Por el bien de un sector del que forman parte tantos empresarios y trabajadores, y también los clientes.

Durante esta semana se ha desmantelado el bar. ROMÁN

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