
Secciones
Servicios
Destacamos
Me produce cierto escalofrío escribir este artículo. Seguramente será muy criticado por esos pocos que le presten atención. En cualquier caso, decido hacerlo como un paseo por mi conciencia, un ejercicio de desahogo personal. Mi opinión es clara: estoy en desacuerdo con erigir un monumento a la Semana Santa y me decepciona que una corporación progresista utilice dinero público para ello.
Vamos por partes. Soy penitente en activo y, a pesar de haber vivido muchos años lejos, casi nunca he faltado a la cita de la Semana Santa. Cada uno tiene su manera de mirar y vivir esos días; la mía gira alrededor del paso del tiempo, las amistades irrenunciables y la magia del contacto entre generaciones. Admiro -y envidio para otros fines- la capacidad de movilización social que logran las cofradías y me alegra formar parte de ella, aunque en mi caso limitada al Viernes Santo. ¿Es esto motivo suficiente para alterar un espacio público consolidado y levantar un monumento a la Semana Santa? En mi opinión, no. Y si además se utilizan recursos de todos, me indigna como ciudadano.
En democracia, la Semana Santa, como cualquier manifestación social o religiosa, debe discurrir por un cauce emancipado de las instituciones y, en gran medida, con sus propios recursos o aquellos que logre reunir de sus seguidores; debe ofrecer sus actividades sin imposiciones públicas y reivindicar con respeto sus fines y sus logros. Un monumento a la Semana Santa realizado de esta manera, contrariamente a lo que piensan los que lo apoyan, petrifica sus valores en el pasado y alienta la división social entre los que aprueban y consienten esta iniciativa de los que nos oponemos. Me pregunto si ganar un símbolo en la calle no tendrá también un efecto paralizante sobre los principios de caridad, compasión y respeto, cuando más falta hacen en estos días de acogida al otro y desigualdades tras la crisis.
Me entristece además que, en vez de renovar el homenaje a Alfredo Cazaban, embellecer los jardines, hacer conocer la obra del cronista (ahí está la magnífica colección de 'Don Lope de Sosa'), se le desplace como si la Semana Santa justificara borrar su memoria ilustrada.
Nuestro admirado Antonio Muñoz Molina escribe que «uno se define por aquello que afirma, no por lo que niega». En ese sentido, animaría a la Unión de Cofradías a sufragar los gastos del monumento por suscripción popular (y no con dinero público). Asimismo, aspiro a que los gobernantes de la ciudad utilicen los recursos comunes de otra manera y éstos se conviertan en motor de innovación y experimentación, que los regidores asuman riesgos y no sólo perpetúen lo existente.
Quisiera escuchar, por ejemplo, proyectos más ambiciosos de colaboración con los emprendedores jóvenes o la promoción de acciones para una ciudad sostenible de futuro como la utilización de energías renovables en las casas, la limitación del uso de los coches o la gestión y el reciclado de residuos. Busco, y no encuentro entre las declaraciones públicas, más iniciativas creativas de convivencia entre vecinos o barrios u ofertas de actividades educativas con mensajes inclusivos de ciudadanía -que son esos donde confluyen lo social, lo humanístico y lo tradicional-, etcétera.
En definitiva, los monumentos se erigen para homenajear la memoria de ciudadanos ilustres que destacaron por sus labores de generosidad y entrega, o hechos históricos excepcionales. Si es posible, deberían sufragarse por los mismos que comparten esa admiración, no por el dinero público. El monumento a la Semana Santa alienta el pasado, no aporta una narrativa de futuro; parece una mala inversión social en tiempos de crisis.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
España vuelve a tener un Mundial de fútbol que será el torneo más global de la historia
Isaac Asenjo y Álex Sánchez
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.