Alberto Román
Úbeda
Domingo, 12 de junio 2022, 20:38
Con la parte de música más que bien cubierta y a la espera de algunos platos fuertes más, el Festival de Úbeda dejó paso a la danza en su quinta semana de celebración y con una sola propuesta cubrió sobradamente el expediente. El auditorio del Hospital de Santiago se rindió en la noche del sábado ante la desgarradora sensibilidad que condensó 'Huesos de madera' de Marcat Dance, hogar artístico del multipremiado coreógrafo Mario Bermúdez Gil, jiennense de Vilches y co-fundador de la compañía junto a la americana Catherine Coury.
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La propuesta llegó a Úbeda justo un mes después de haber sido galardonada en los VIII Premios Lorca que entregó la Academia de las Artes Escénicas de Andalucía, como mejor espectáculo de danza. Una gala en la que, además, Mario Bermúdez Gil obtuvo el premio a mejor intérprete masculino de danza contemporánea, también por su papel en 'Huesos de madera'.
Sobre el escenario estuvo acompañado por la bailarina Marilisa Gallicchio y el pianista Javier Negrín, para narrar a través de la música y la danza una historia muy cercana y real, la del tío y la madre del propio coreógrafo. El primero quedó parapléjico y la segunda tuvo que encargarse de cuidarle. A su vez, es la historia de tantas personas que padecen una discapacidad y la de sus respectivos cuidadores y entornos.
¿Cómo poner movimiento a una situación marcada por la privación de éste? Ese es el primer reto que asume Marcat Dance, que por primera vez se aleja de sugerencias y evocaciones para encarar una realidad tan concreta, tan próxima. Y lo hace para llamar la atención sobre el silencioso acto de sacrificio y generosidad del cuidador. Lo que implica, lo que supone, lo que casi nadie ve porque la tragedia del malogrado tiene mayor impacto y visibilidad. Quiere ser también un sentido homenaje a tantos discapacitados que día a día se enfrentan a barreras físicas y mentales.
La dramaturgia es de la veterana bailarina y coreógrafa Isabel Vázquez, quien fuera maestra de Mario Bermúdez en otro tiempo. Y a los dos bailarines en escena se añaden otros dos protagonistas: una silla de madera, que trasciende su condición de atrezzo para convertirse en una parte relevante de la narrativa, el símbolo inequívoco de postración e inmovilidad, incluso de cárcel; y el pianista, siempre inmóvil, interpretando en directo conocidas y reconocidas obras del repertorio universal, de autores como Bach, Händel, Rachmaninov o Beethoven, todas con una fuerte carga emotiva.
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El público, puesto en pie, aplaudió tanta emoción impregnando cada detalle, hasta en las sombras proyectadas sobre la escena y los personajes; tanto desgarro concentrado en cada gesto, cada mirada; tanta verdad puesta al servicio de la belleza; tanto riesgo asumido en un montaje crudo y desnudo.
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