Alberto Román
Úbeda
Lunes, 2 de noviembre 2020, 22:19
«El pueblo de Úbeda le recordará como buen cofrade y gran artista que fue». Con esta frase impresa en su esquela los ubetenses conocían este lunes el fallecimiento de Paco Santacruz, coplero por vocación, semanasantero por devoción, que siempre llevó a su ciudad por bandera, aunque sus últimos años los pasó en una residencia de mayores de La Carolina, donde su voz se apagó definitivamente ayer domingo, día de todos los santos.
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Su nombre era Francisco Cayola Molina, hombre de Úbeda y del mundo, artista de los zapatos al sombrero, un enamorado de su tierra y un «semanasantero genético», como dijo alguna vez. Destacó como cantante y actor. Y debe su apellido artístico a la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, donde se trasladó durante una temporada con su familia. Quedó impresionado con el lugar y le gustó la sonoridad de esas dos palabras unidas. No le agradaba mucho decir su edad. Ni siquiera su esquela hace referencia a ella. Así que solo diré que nació en Úbeda un 21 de mayo.
Con él se marcha parte de una época, la del brillo bajo los focos pero también la de la precariedad cuando éstos se apagaban. Porque entonces los artistas, salvo contadas excepciones, no vivían como los de ahora, por muy artistas que fueran. Por eso quizá Paco Santacruz decidió vestir habitualmente de negro en escena, para que el reflejo de las luces no le deslumbrara más de la cuenta y recordar así, en cada actuación, lo difícil que era subir los escalones de un tablao. Y es que, con el sonido de los aplausos, se corría el riesgo de olvidarlo de cara al siguiente pase.
Pero no se crean que Paco hablaba mucho de las sombras. No era ese su estilo. Prefería recrearse en las luces, que se asomaban como destellos en sus ojos cada vez que rebuscaba por los cajones de sus recuerdos. Le gustaba contar mil y una historias de grandes salas y grandes teatros, de artistas que eran como de la familia, de aplausos ensordecedores, de fiestas con importantes personalidades. Escucharle era como pasar las hojas de una antigua revista de papel cuché.
Rememoraba con todo lujo de detalle los años que estuvo trabajando junto a Estrellita Castro o con Carmen Amaya por escenarios de todo el mundo, o cómo conoció a Judy Garland en Torremolinos y trabajó con su hija Liza Minnelli en Madrid. También el papel que hizo para la película 'Los sospechosos' junto a Richard Burton, encarnando a su hermano; su residencia durante cinco años en Estados Unidos y sus contactos con Sofía Loren, Gina Lollobrígida o Elvis Presley; o los dieciocho años que vivió en Sevilla, actuando en distintas salas de fiestas; o cuando Camarón, recién llegado a Madrid, durmió en su casa.
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Una sonrisa picarona afloraba en su rostro si narraba su viaje a Nueva York, o que fue modelo de Galerías Preciados, y hasta que físicamente le comparaban con James Dean. O que en alguna gira complicada llegaron a dormir hasta seis personas en una cama, tumbadas a lo ancho y con los pies en varias sillas. Y remataba siempre el relato asegurando que entre estos compañeros y compañeras estaba Lina Morgan.
Muy conocida era también su historia sobre el día que conoció a Picasso, quien le dibujó una especie de caricatura, rápida y simple, a modo de garabato, en un plato del establecimiento donde estaban. Un objeto con la valiosa firma y dedicatoria del pintor malagueño y universal que el ubetense conservó y acabó donando al Ayuntamiento en diciembre de 1997. Se encuentra actualmente en una vitrina del despacho de Alcaldía.
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Anécdotas tenía para dar y regalar. Y nunca mejor dicho, pues hasta llegó a ceder el uso de sus fotos e historias para elaborar un libro con fines benéficos. Porque era muy desprendido y siempre estaba dispuesto a colaborar en todo lo que le solicitaran, aportando su arte a cualquier causa solidaria. Esa generosidad no siempre le llegó de vuelta, aunque no le faltaron ángeles de la guarda que estuvieron pendientes de él cuando lo necesitó.
En más de una ocasión llegó a asegurar que tenía muchísimos conocidos, en todos los ámbitos y por todo el mundo, pero pocos amigos de verdad, de los que están en los buenos momentos y continúan estando en los malos. El entorno cofrade ubetense fue uno de sus apoyos. Estuvo muy vinculado a la hermandad de la Caída, a cuya Virgen de la Amargura vistió durante décadas. También tuvo relación estrecha con otras cofradías, como la Humildad, la Soledad y Nuestra Señora de Gracia, de cuyas titulares igualmente fue vestidor en distintas épocas. Disfrutaba con esa labor, en la que volcaba toda su generosidad y talento, además de respeto y cariño hacia las imágenes.
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Visitar su casa era como viajar en el tiempo, pues estaba plagada de recuerdos y fotografías de toda su trayectoria, que se mezclaban con estampas de vírgenes. Y cada objeto, cada foto, cada autógrafo o dedicatoria tenía su correspondiente historia. Resultaba difícil saber donde terminaba la realidad y comenzaba el recuerdo adornado por los años transcurridos, pero era una gozada hojear sus álbumes y verle en esas fotos, rodeado de tantas personas ilustres, mientras te hablaba con tanta cercanía sobre Lola (Flores), Concha (Piquer), Miguel (de Molina) o Malena (Imperio Argentina).
Algunas de mis dudas sobre sus hazañas se disiparon el día que fui testigo directo de su reencuentro con esta última, en una visita que la artista realizó a Úbeda en 1997. En una pequeña recepción que medio se improvisó en el Ayuntamiento, en cuanto Paco Santacruz se le puso delante, Imperio Argentina le reconoció y le abrazó. Y ya no se soltó de su brazo. Al menos así lo recuerdo yo, que entonces realizaba mis primeras crónicas y mis primeras fotos. Pero puede que, en mi caso, el recuerdo también esté algo adornado por los años transcurridos.
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Lo que sí está claro es que Úbeda fue su patria, en el sentido más amplio de la palabra, además de su única bandera. Y que rezumaba ubetensismo por los cuatro costados, aunque estuviera lejos de su tierra. Era un ubetense de Úbeda, como diría Eduardo Jiménez. Ramón Quesada Consuegra, en su libro 'Úbeda, hombres y nombres', recuerda dos historias que dicen mucho sobre esto. Por un lado, la carta publicada en el diario Pueblo en mayo de 1977 con la que una señora cuenta que, en una sala de fiestas de Sevilla, Paco Santacruz se dirigió al público visiblemente emocionado con estas palabras: «señoras y señores, soy de Úbeda, una bonita ciudad de la provincia de Jaén, y si me lo permiten, desearía solicitar un minuto de silencio en memoria de un paisano, policía armada, que ha perdido la vida en cumplimiento del deber y de su trabajo. Yo, como artista, soy apolítico, pero como ubetense quiero rendir homenaje al amigo caída con esta canción: 'España, madre querida'». Se refería a Manuel Orcera de la Cruz, policía nacional asesinado por ETA en San Sebastián el 18 de mayo de 1977.
La segunda historia cuenta que en diciembre de 1981 actuó en Zaragoza y que llenó las pareces de la ciudad maña de carteles murales de grandes dimensiones que, al pie de su propia fotografía, decían: «Paco Santacruz… Yo, de Úbeda». Ese era, además, el título de su primer disco de copla y pasodobles, entre ellos uno dedicado a la ciudad de los cerros.
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¿Qué te gustaría que dijeran de ti? Con esta pregunta terminaba una entrevista que le realizó Ramón Molina Navarrete para su revista Ibiut en julio de 1999. Paco Santacruz contestó: «que fui un enamorado de mi tierra y un semanasantero genético. Y que llevé con mucho orgullo el nombre de Úbeda por el mundo. ¡Ah! y si me merezco algo, por favor, en vida». Aunque tuvo el cariño de sus paisanos, quizá la ciudad no le correspondió con todo lo que merecía. No obstante, hay que destacar que el Ayuntamiento tuvo a bien poner su nombre a una calle perpendicular a la avenida 28 de Febrero, algo que el artista recibió orgulloso.
«El pueblo de Úbeda le recordará como buen cofrade y gran artista que fue». Una sola frase en una esquela para resumir toda una vida, que fue tan auténtica y tan real como él quiso que fuera. A mi me sobra con recordarle recorriendo el escenario, vestido de negro, con su sombrero cordobés, tocando las castañuelas y presto a vocear ese estribillo que decía «ya estoy aquí, Paco Santacruz, andaluz y cancionero, pasodoble en mi garganta pa alegrar al mundo entero».
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Paco Santacruz comenzó muy joven su trayectoria profesional. A los diez años actuó con la compañía de Los Chavalillos de España y a los trece debutó en el cine realizando pequeños papeles en las películas 'Pequeñeces', 'La maja del capote' o 'Audiencia pública', a las que siguieron otras muchas producciones. Sin embargo, a los diecisiete se inclinó por la canción y debutó en una sala de fiestas de Madrid, trabajando después con la bailaora Carmen Amaya por todo el mundo. Se dice que era uno de los pocos cantantes que apenas utilizaba el micrófono en sus actuaciones dada la potencia de su voz.
Entre los numerosos galardones que ha recibido destacan La Giralda de Plata del Círculo de Labradores de Sevilla (1958), la Copa de Plata del Festival de Unicef (Palma de Mallorca, 1967), la Caracola de Oro de la radiotelevisión portuguesa (1973), la Medalla de Oro al mejor cantante (Úbeda, 1973), el título de Ubetense 1974, la Medalla de Plata al mejor cantante español del año (Valladolid, 1977) o el nombramiento como personaje del año 1980 por la Asociación de Corresponsales Informativos y Gráficos de Úbeda.
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