
¿Y tú? ¿estuviste en el Rock-Ola?
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Reportaje ·
El ubetense que dirigió la sala, Lorenzo Rodríguez, se trajo a Johnny Cifuentes de los Burning, el diseñador Pepo Perandones y el fotógrafo Miguel TrilloAlberto Román
Úbeda
Lunes, 11 de octubre 2021, 21:54
Lorenzo Rodríguez, el ubetense que en la primera mitad de la década de los ochenta estuvo a los mandos de la mítica sala Rock-Ola, regresó a su ciudad natal para empezar a despedir la exposición que celebra el cuarenta aniversario de la apertura de aquel templo de la movida madrileña y que se inauguró a finales de agosto (finalizará el 1 de noviembre) en la iglesia de San Lorenzo a iniciativa de la Fundación Huerta de San Antonio, responsable de la recuperación de este santo lugar para la cultura ubetense, y el colectivo Peor para el Sol, organizador de las Jornadas 'Sabina por aquí' en cuya octava edición se enmarcó la muestra.
Pero el ubetense no vino solo. Se trajo a unos amigos y compañeros para hablar, desde diferentes perspectivas, de aquella época y de aquel lugar que marcaron la historia de la música en España. '¡Yo estuve en el Rock-Ola!' fue el título bajo el que se presentó la mesa redonda que protagonizaron y en la que Lorenzo Rodríguez, director de la sala, estuvo acompañado por su segundo de a bordo, Pepo Perandones, quien se encargaba además del diseño gráfico de cartelería, 'flyers' y demás, haciendo también las veces de 'pinchadiscos'; Johnny Cifuentes, voz y piano del grupo Burning, quien tantas veces subió al escenario de aquel centro neurálgico de los primeros ochenta; y Miguel Trillo, prestigioso fotógrafo que en aquella época retrató como nadie a los grupos y personajes que pululaban por el garito (muchos se pueden ver en la exposición), siendo su obra imprescindible para conocer parte de la ética y la estética de aquellas tribus urbanas.
Cuatro amigos que, pese a todo, conservan y alimentan su amistad, a los que da gusto escuchar hablando de unos tiempos tan locos como apasionantes, tan luminosos como oscuros, en los que había quienes intentaban poner algo de seriedad entre tanto desconcierto para organizar un buen concierto. Teniendo cada cual su visión personal, ayer, en una de las salas de San Lorenzo, se habló de la trastienda del Rock-Ola, de lo que se movía a nivel organizativo, detrás de las barras y dentro del camerino, o de lo que pasaba por la puerta. También de la flora y la fauna que se veía por allí, de la perspectiva desde el escenario o de la importancia de sonar entre sus muros para ser 'alguien'.
Tuve la suerte de moderar la mesa redonda con estos cuatro protagonistas y testigos directos de un momento y un lugar. Y gracias a ellos todos los presentes supimos que el Rock-Ola se preocupó por generar un ambiente de club a través de la música, siendo eso parte de su éxito; que el concierto de Spandau Ballet puso a la sala en el punto de mira de los amantes de la música en vivo; que solían vender unas mil entradas (más doscientas invitaciones), aunque más de una vez superaron con creces esas cifras (eran otros tiempos); o, por consiguiente, que algunos días hacía tanto calor en el interior que en las estanterías de la barra se despegaban las etiquetas de las botellas.
Lorenzo, Pepo, Johnny y Miguel también contaron que, pese a la mezcla de tribus urbanas, solía haber buen ambiente; que Iggy Pop estuvo a punto de no actuar porque minutos antes del concierto iba «muy colado»; que el saxofonista de los Burning llegó a caerse del escenario, pero volvió a subir para seguir tocando, sin echarle cuentas a que le sangraba un brazo; o que una vez los Siniestro Total se dedicaron a escupirle al público como parte del espectáculo. Y recordaron a Pepe, el portero, quien en más de una ocasión tuvo que ponerse serio para poner orden en la entrada (pero siempre con la mano abierta) y que se llevaba sus libros para leer cuando no había mucha faena.
Lógicamente la noche traía sus problemas, con la autoridad, con los vecinos, con los que iban colados de rosca, pero siempre se las apañaban para salir airosos. Así lo narraron ayer quienes lo vivieron en primera persona, asegurando que guardan muy pocos malos recuerdos de aquellos años. Y dejaron otros datos curiosos: el garrafón era inevitable («tenemos el doble de mérito por haber llegado hasta aquí», apostilló Cifuentes con su habitual socarronería); abundan las fotos de personajes en los servicios porque era el único lugar donde había un poco de luz (lo confirmó Miguel Trillo, a quien no le gustaba utilizar el flash); algunos conciertos eran deficitarios pero las pérdidas se compensaban con lo vendido en barra (Lorenzo aseguró que el Rock-Ola siempre fue muy rentable); y desde la cabina del DJ «nunca sonaron los Rolling Stones» (dijo Perandones orgulloso de tal proeza). A la contra, por su escenario sí llegó a pasar el pianista Richard Clayderman, cuyo nombre chirría entre la interminable lista de conciertos celebrados en la sala con primeras figuras del panorama nacional e internacional («nos lo coló el propietario», confesó Lorenzo). ¡Ah! Y también supimos que el ubetense y el cantante de los Burning se conocieron en Carabanchel (pero en el barrio, no en la cárcel, aclararon ambos entre risas).
Rodríguez narró igualmente que en más de una ocasión llegó a programar a su paisano y amigo Joaquín Sabina, pues quería salir del circuito tradicional de cantautores y derivar hacia un sonido más rock, o que otro buen amigo suyo, Loquillo, tuvo que salir por la puerta de atrás para no vérselas con algunos rockers puristas que le reprochaban haberles traicionado cogiendo un camino más comercial.
Se aludió a la seguridad en aquellos tiempos en los que se produjo el trágico incendio de la discoteca Alcalá 20. Y la charla finalizó con una pregunta: ¿por qué cerró el Rock-Ola? Tras funcionar a diario entre 1981 y 1985, organizando cientos de conciertos además de otras muchas actividades como exposiciones, proyecciones, presentaciones o desfiles de moda, el 10 de marzo de 1985, a la una y media de la madrugada, una reyerta en la puerta entre un grupo de mods y otro de rockers, se saldó con una víctima mortal. La noticia tuvo una gran repercusión y días después se ordenó el cierre definitivo del local, que ya había tenido otros problemas anteriormente. Lorenzo y su equipo (incluido Perandones) ya no estaban allí, pues se habían embarcado en otros proyectos un año antes. Y ayer coincidieron en señalar que para entonces el fenómeno de la movida empezaba a morir de éxito, el público ya demandaba otras movidas y había muchas más salas y mejor preparadas.
La exposición 'Lorenzo Rodríguez, 40 años del Rock-Ola' quiere ser un homenaje a una figura clave del pop en España, un legendario héroe rockero. Hace cuarenta años que la sala de conciertos abrió sus puertas en Madrid. Entre los años 1981 y 1985 desfilaron por allí grupos de primer nivel internacional y muchos otros nacionales, que terminarían por revolucionar el panorama pop español en los años siguientes. Y, al frente de la nave, Lorenzo Rodríguez (Úbeda, 1954), gestionando toda aquella efervescencia cultural sin precedentes: «yo era feliz porque vibraba con los grupos. Estaba influenciado por la dinámica punk, por el pop, me consideraba parte de ese movimiento».
Gran parte del material expositivo forma parte de su archivo personal y nunca antes ha sido expuesto: carteles originales de «primera tirada», flyers, programadas de mano, contratos, documentos internos del Rock-Ola… A todo este material se le suma ocho paneles explicativos que contextualizan la sala, la época y la biografía del propio Lorenzo. Dentro de estos paneles destacan dos con casi doscientos fotografías del fotógrafo Miguel Trillo, uno de retratos y otro de actuaciones.
Dentro de estos actos especiales organizados en torno a la exposición 'Lorenzo Rodríguez, 40 años del Rock-Ola', un día antes de la mesa redonda, el sábado, tuvo lugar una conferencia a cargo de Miguel Trillo presentada bajo el título 'De la movida madrileña al planeta cosplay'. En ella, ante preguntas de Manuel Berlanga, de la Fundación Huerta de San Antonio, el fotógrafo repasó su trayectoria, jalonada por su empeño en retratar la juventud y diseccionar los códigos de las tribus urbanas.
Desde los años 70 retrata a jóvenes en un entorno musical (conciertos de rock, fiestas en discotecas). En los 80 en Madrid convierte a los personajes no famosos de la movida en su objetivo primordial. Al inicio de los 90 realiza para el dominical del diario El País un retrato de la juventud española en pequeñas capitales de provincia. A principios del siglo XXI trabaja en dos nuevos proyectos: 'Zoom', jóvenes inmigrantes (en conciertos y discotecas) reproducidos en tarjetas telefónicas; y 'Gigasiápolis', actitudes de la cultura juvenil surgida en las megaciudades del continente asiático.
Miguel Trillo viaja por primera vez a Asia en 2001. Ahí se produce un enamoramiento, una especie de deslumbramiento. Fue a Manila en busca de raperos y se encontró el futuro, un tipo de comportamiento juvenil desconocido para él, tan en contacto siempre con el espíritu de los preadultos. Su último trabajo es 'Ficciones', 140 fotografías a color tomadas en 23 ciudades, entre ellas Kuala Lumpur, Bangkok, Hong-Kong, Yakarta, Seúl, Singapur, Pekín, Saigón, Taipéi y Tokio; además de otras nueve europeas (cinco de ellas españolas) y cuatro americanas. Las instantáneas, que reflejan la cultura cosplay, están realizadas entre 2007 y 2019 (cuando la pandemia le impidió seguir viajando).
Por otro lado, en la noche del sábado, en La Tetería, Pepo Perandones, DJ residente del Rock-Ola, protagonizó una pinchada en la que repasó parte de la música que sonaba en la sala madrileña entre los años 1981 y 1984. Toda una lección de buenos temas y estilos que se alargó hasta bien entrada la madrugada. Fue curioso ver cómo, cuatro décadas después, conectó con los grupos de jóvenes allí presentes.
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