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Alberto Román
Úbeda
Jueves, 9 de mayo 2019, 10:36
Manuel Román Correro lleva seis años postrado en una cama. Seis años de dolores continuos, de impotencia a veces transformada en desesperación y de dependencia absoluta de su familia, que también arrastra lo suyo. Igualmente son seis años de procedimientos judiciales, aplazamientos y valoraciones con los que, como asegura, solo lucha por lo que le corresponde: que se reconozca que su actual situación deriva de un accidente laboral, lo cual le supondría una indemnización que mejoraría su calidad de vida y la de su familia. Pero no lo está teniendo nada fácil.
En unos días, el próximo 14 de mayo, se cumplirán seis años exactos del día en el que le cambió la vida a Manolo. Una vida que hasta ese momento tampoco había sido sencilla por la discapacidad que le obligada a estar atado a una silla de ruedas, pero a la que supo hacer frente a base de creer que era capaz de hacer lo que se propusiese, como cualquier otra persona.
Manolo no paraba quieto y tenía una vida muy activa. Todo el día estaba en la calle y se le veía arriba y abajo en su silla motorizada. Daba igual que lloviera o hiciera un sol de justicia. Presidía la Asociación Comarcal de Personas con Diversidad Funcional 'Tréboles', participaba en tertulias radiofónicas y de televisión, formaba parte de la Escuela Municipal de Teatro, asistía a cursos y talleres, impartía charlas y conferencia, iba a actividades culturales, colaboraba en todo lo que se le pedía… En abril de 2008 consiguió además un puesto de trabajo como auxiliar administrativo en el área de Servicios Sociales del Ayuntamiento de Úbeda, una plaza que se sacó específicamente para cubrir el cupo destinado a personas con discapacidad y para la que obtuvo la mayor puntuación en el proceso de selección.
Todo ese ajetreo le daba la vida, le mantenía activo, le permitía relacionarse y le hacía sentirse útil, siendo además una persona conocida y querida en la ciudad. Pero llegó aquel fatídico 14 de mayo de 2013. En su despacho de Servicios Sociales se inclinó hacia adelante para recoger algunas cosas de su mesa y se fue al suelo. No se pudo agarrar y cayó 'a plomo', golpeándose además en la cabeza con los cajones y quedando atrapado entre la mesa y la silla de ruedas. Estuvo así unos veinte minutos, intentando pedir auxilio. Pero con la puerta cerrada nadie le escuchaba. Hasta que un compañero entró a entregarle unos papeles y le encontró tirado.
Un par de semanas estuvo en el hospital. Y a partir de ahí empezó su nuevo y particular calvario. Por un lado porque esa vida activa de la que tanto disfrutaba se vino al traste y se vio reducida a una cama y al uso continuo de calmantes para mitigar el dolor. Pasó de recibir en su trabajo los documentos relacionados con la Ley de Dependencia a ser un dependiente total. Y por otro lado porque poco después, estando de baja, recibió una carta de despido que le hizo sumergirse en interminables reclamaciones y procesos judiciales.
Desde su cama, Manolo cuenta que hasta ahora ha tenido ya cuatro juicios frente a la mutua, los seguros y el Ayuntamiento. El quinto será a finales de este mes. Tras distintos aplazamientos y recursos en diversas instancias, finalmente los ha ido ganando en parte, consiguiendo, por ejemplo, que se declarara su despido como improcedente o la valoración de su situación como gran invalidez. Debido a lo primero, el Consistorio tuvo que indemnizarle, y por lo segundo fue jubilado a los dos meses, con lo que, de haber hecho las cosas de otra manera y haber esperado un poco, la administración local podía haberse ahorrado ese dinero, cuenta.
Pese a todo ello, el camino no ha sido fácil y le ha ido mermando las fuerzas para seguir luchando. Sobre todo por tantos trámites, tantas vueltas y tantas cosas que ha tenido que escuchar de las otras partes. Nunca vio en frente intención de negociar o de llegar a un entendimiento. Todo lo contrario. Se agarran a tecnicismos y conceptos legales para no ceder ante lo que Manolo pide.
Defiende, como punto más importante y aún pendiente, que sufrió un accidente laboral mientras desempeñaba su trabajo porque su puesto no estaba adaptado a sus circunstancias, cuando era una plaza destinada a personas con limitaciones. Pero la otra parte asegura que todos sus problemas actuales se derivan exclusivamente de su discapacidad, lo que Manolo considera «injusto y discriminatorio». Según explica, su discapacidad era del 82% (75% por motivos físicos y el resto por motivos sociales). «Y si el 75% no me impedía llevar una vida activa, ¿por qué tienen que recurrir ahora a eso?», se pregunta.
«Dicen que no es un accidente de trabajo, que yo ya era discapacitado antes», cuenta, lo que le hace sentirse «humillado», pues cree que si la caída la hubiera sufrido alguien sin limitaciones no habría problemas. Es más, para no reconocerle el accidente laboral cuestionan que su caso no fue una caída sino un atrapamiento, afirmando también que el traumatismo craneoencefálico sufrido fue de una caída posterior. Y aluden igualmente a su artritis reumatoide, una patología que, según Manolo, tenía controlada.
Para hacer frente a tantas cuestiones, Manolo alega que, teniendo un certificado de aptitud de la Junta, cuando se incorporó a su trabajo tenían que haber adaptado su puesto. Recuerda así que no llegaba al interruptor de la luz del despacho, tampoco podía fichar en el lector de huella dactilar e incluso le llegaron a decir que llevara su propio ordenador porque estaría más adaptado. Se apañaba como podía, también gracias a la ayuda de sus compañeros, todo por poder trabajar y hacer una vida lo más normal posible. Rememora igualmente que su mesa no cumplía las medidas estipuladas. Una mesa que, según dice, curiosamente desapareció cuando la Inspección de Trabajo y Seguridad Social visitó las dependencias para investigar lo sucedido.
Manolo ya habría tirado la toalla si no fuera porque desde muy pequeño, y frente a todo pronóstico, se agarró a la vida y decidió que tiraría adelante, sobreponiéndose a todas las adversidades, que no han sido pocas. Pero reconoce que las fuerzas a veces le fallan porque es muy duro aceptar que difícilmente sus días volverán a ser como los de antes, cuando paseaba con su silla, hablaba con unos y con otros, se sentía uno más entre sus compañeros y tenía cierta independencia, a su manera pero independencia al fin y al cabo.
Ahora la televisión es su único contacto con el exterior, día y noche porque no consigue dormir con normalidad. Ni siquiera puede asomarse a la ventana de su cuarto que da a la calle y se desespera atrapado entre cuatro paredes, un suelo y un techo al que mira constantemente. En estos seis años, desde que le cambió la vida, el teléfono también ha ido dejando de sonar, al igual que han disminuido los mensajes y las visitas. Y mientras fuera la vida sigue y se ha ido olvidando de quien fue tan activo y conocido, dentro su situación ha derivado en otros problemas de salud, ingresos e intervenciones. «Son muchos días, muchas cosas en contra, muchas vueltas a la cabeza… es imposible no pensar, a veces, incluso en la eutanasia», confiesa mientras llama a su madre para que le dé otro calmante y le acerque un poco más la botella de agua con una pajita que hay en la mesilla junto a la cama.
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