Alberto Román
Úbeda
Martes, 17 de marzo 2020
No es Úbeda ciudad de grandes multitudes, salvo en contadas ocasiones, ni de calles atestadas de gente, salvo en esas mismas ocasiones o, con buen tiempo, en los lugares en los que ha proliferado el sector de la hostelería. Y aunque en la última década ha crecido exponencialmente su sector turístico y el número de viajeros que recibe, sigue siendo un municipio relativamente tranquilo que ofrece la posibilidad de disfrutar de su casco histórico en soledad cuando llegan determinadas horas, como si el flujo de gente se apagara a la vez que la luz del Sol. Pero a pesar de ello, desde el domingo resulta sobrecogedor contemplar una Úbeda vaciada de puertas para afuera, en silencio, con vida solo de puertas y ventanas para adentro.
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Llamativo es, por ejemplo, el aspecto de la calle Real, días antes plagada de terrazas y con un continuo trasiego de personas entre mesas y sillas, porque es el acceso natural a la zona antigua. En el trazado que une la céntrica plaza de Andalucía y la monumental plaza Vázquez de Molina se ubican una veintena de establecimientos hosteleros, entre bares, cafeterías, restaurantes y algún local de copas, a los que hay que sumar varias tiendas de artesanía, souvenirs y productos típicos. Pero ahora solo abre un negocio que despacha pan, entre otros alimentos.
Un silencio sepulcral invade todo este lineal urbano, como si hubiera retrocedido quince o veinte años atrás, a una época en la que pocos locales estaban ocupados. Esa es la perspectiva que se tiene desde la parte baja del Real, donde se encuentra el bar Calle Melancolía, un establecimiento temático dedicado a Joaquín Sabina cuyo cartel de forja parece ahora dar nombre a esta vía, melancólica como nunca.
Las únicas señales de vida las aportan algunos vecinos que salen a sacar al perro. Y también, al levantar la mirada, las sombras tras las cortinas de los balcones, adornados en algunos casos con coloridos mensajes de ánimo, en su mayoría elaborados por niños a los que les resulta difícil entender por qué no pueden salir a la calle como siempre.
La monumental plaza Vázquez de Molina duerme el mismo sueño, roto solamente por el ir y venir de algún coche patrulla, porque allí está la comisaría del Cuerpo Nacional de Policía. También es imperceptible la actividad en los juzgados y en el Ayuntamiento, enclavados igualmente en este emblemático espacio. Faltan los habituales grupos de turistas siguiendo a su guía, los posados y 'selfis' ante la Sacra Capilla de El Salvador, los clientes del Parador entrando y saliendo con maletas, los feligreses de Santa María, los usuarios del centro de día para mayores…
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Empresas turísticas, hoteles y restaurantes han echado la persiana y han mandado a casa a su personal, dejando entre paréntesis el futuro de un sector que estaba en pleno crecimiento. Y tras el aluvión de cancelaciones a corto plazo, con el varapalo que supone la suspensión de ese balón de oxígeno que solía ser la Semana Santa, el miedo ahora está en la duda sobre qué pasará a medio y largo plazo.
También es desoladora la perspectiva de persianas bajadas en calles tradicionalmente comerciales como Obispo Cobos o Mesones, que vienen además de un periodo de bajón debido a la gran cantidad de locales vacíos y a los precios tan elevados que hay tras los carteles de 'se alquila'.
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Junto a todo ello, parques y jardines, que están precintados, han cambiado el griterío de los niños por el canto de las pájaros, antes imperceptible en muchas ocasiones. Y pocos coches circulan por vías tan transitadas anteriormente como la Corredera de San Fernando o las avenidas Ciudad de Linares, Cristo Rey, de la Libertad o Ramón y Cajal, salvo a las horas de entrada y salida de los centros de trabajo. Porque en Úbeda sigue la actividad en ciertas empresas, algo constatable, por ejemplo, en el polígono industrial. Eso sí, trabajan a puerta cerrada y, según sus responsables, tomando las pertinentes medidas de prevención y seguridad.
Por lo demás, la tranquilidad y la normalidad es la tónica dominante en puntos donde hay supermercados, tiendas de alimentación, farmacias, etcétera. También en el mercado de abastos, que ya estaba tocado desde mucho antes de este alerta sanitaria, pero donde resisten algunos vendedores que sienten la responsabilidad de seguir sirviendo producto fresco y de calidad a su clientela. Y de la misma forma, aunque con más ajetreo y presión de lo normal, con más moral que medios, funcionan el hospital y los centros de salud. En todos los casos intentan cumplir con las directrices de seguridad e higiene en la medida de sus posibilidades.
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Así es la imagen de una Úbeda sin ubetenses y sin turistas. Una Úbeda cultural pero sin cultura, comercial pero sin apenas comercio, monumental pero sin monumentos que visitar, abierta pero cerrada, llena pero vaciada. Una Úbeda Patrimonio de la Humanidad dispuesta a demostrar que su mejor patrimonio son los propios ubetenses, solidarios con cantidad de pequeños gestos que hacen más llevadero este periodo de incertidumbre y conscientes de que el gesto más importante es quedarse en casa. Hay excepciones, claro, pero el comportamiento generalizado es ejemplar. Que no decaiga.
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